lunes, 5 de septiembre de 2016

Posted by Dante Romero On 15:40
Me hicieron la pregunta el otro día y hallé las siguientes respuestas que hoy comparto con ustedes mis lectoras (es).

La escritura es buena para el alma.

Así lo siento, al menos en mi caso. Escribir me regocija y sólo estoy haciendo uso de un don maravilloso que Dios nos ha dado a todos. Por eso dedicar una o dos horas a escribir, me hace sentir bien.



Me gusta ver germinar una historia.

Es para mí emocionante ver surgir una de mis novelas. Desde la primera que escribí, hasta las cinco que hoy escribo. Sí; les confesaré esto, no puedo escribir una sola, siento que algo me falta cuando lo hago. Cada una tiene sus propios detalles, sus conflictos y aventuras. Por eso también me encanta tomarme el tiempo en cada una, después de todo escribir no tiene plazos, salvo que tengas el límite de un concurso o de algún jefe.

Viajo, viajo y viajo.

Sí, me encanta viajar y en mis novelas puedo cumplir con este gusto. Cuando viajo en tiempo presente, suelo utilizar la maravilla de un viaje virtual que me ofrece: Google Earth. Con ellos llego a cualquier lugar del mundo y así puedo documentar de detalles pequeños o grandes mis historias. Cuando viajo al pasado, suelo ver imágenes de la gente y lugares de esa época, trato de ser parte de ellos. Escribir es entonces hacer lo que tanto me gusta: viajar.

Consolidar mis personajes.

Una de las novelas que escribo, trata sobre una venganza que atraviesa varios siglos, hasta llegar a nuestra época. Pronto llegaré al punto final. En ella el personaje iniciador de toda esta venganza es una mujer, creo que hubiese sido fácil si fuese un varón. Me costó trabajo al inicio otorgarle las características que yo buscaba, al final pregunté a varias amigas: ¿qué harías si se te presentará este acontecimiento en tu vida en esta época pasada? A mi personaje, lo vestí entonces de todas esas características que ciertamente superaron las que inicialmente me formé.

Dar la bienvenida a una nueva idea.

Sí, es delicioso ver llegar una nueva idea, mientras saboreo una taza de café. Mientras veo caer la llovizna y siento frío. Una nueva historia, nuevos personajes. Muchas veces quisiera “retardar su aparición” pues aún no he concluido con las otras.

Darle a las hojas de papel y las teclas de mi computadora.

Suelo escribir cada historia en hojas de papel, mientras camino alrededor de mi sala, dando vueltas y vueltas, deteniéndome algunos minutos para ver por la ventana a alguna persona haciendo ejercicios en el parque u otra paseando a su mascota. No puedo escribir sentado. Tengo que estar en movimiento. Luego viene hacer el otro trabajo, pasar lo del papel a mi computadora y comenzar a ver esa transformación de mi novela. Esto es algo que me encanta.

Las palabras como piezas de un rompecabezas.

Ya en mi computadora, lo que escribí en papel surge comienza a tener vida, esa en donde las palabras se van uniendo como piezas de un rompecabezas. Existen momentos, cuando termino de escribir y lo leo, cuando me digo: ¿yo escribí esto? Bueno, te felicito Dante, esto está de maravilla.

Vivir vidas que son más grandes.

Me gusta que mis personajes vivan vidas que a mí me gustaría vivir. Bueno, ciertamente como mis anteriores artículos, ya deben de saber que siento que he vivido tantas vidas… como he muerto en tantas otras.

Compartir mi historia con los demás.

Finalmente llega lo bonito de escribir una historia, el poder compartirla con los demás. Esperar que te lean, que te hagan llegar algún halago, comentario, etc. Como el de mi amiga española Inmaculada Limón, que hace poco me escribió en Twitter: ¡deseando leerte! Existen tantas satisfacciones.

Si mi artículo fue de su agrado lo invito a compartirlo en sus redes sociales e incluso dejarme algún comentario.

Hasta pronto.

Buen día para todos. Felicidad en sus hogares. Nos leemos.

Dante Romero

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lunes, 29 de agosto de 2016

Posted by Dante Romero On 1:30
Lo que voy narrarles hoy, es un acontecimiento que sólo lo conocían mis familiares. Y ahora ustedes.

Para quienes hemos tenido la dicha de conocer a nuestras abuelas y de escuchar de ellas sus anécdotas y consejos, así como saborear algún rico postre o comida, pues hemos vivido momentos que nos llenan la vida.

Recuerdo que cuando tuve mi primer empleo, yo no poseía ningún terno, mi indumentaria hasta ese momento era informal, jeans y camisas. Mi abuela Ángela me sorprendió un día y me entregó el dinero para comprarlo, al principio no quise aceptarlo, pues sé que ella ahorraba para los arreglos de su casa, su salud etc. Pero ella insistió tanto, que ese día me compré como ella me dijo: el mejor de todos los ternos.



Nunca me dijo nada al respecto de devolverle el dinero, pero lo hice desde mi primer sueldo y hasta le pedí que me acompañara para ayudarme en decidirme el color del segundo.

Para ese primer empleo, mi abuela Raquel me obsequió también una linda corbata italiana. Creo que ambas competían por llenarme de regalos. Desde aquella vez, las corbatas italianas tienen un gran significado para mí cada vez que voy a comprar alguna.

Pero más allá de los regalos físicos, el mejor de todos fue ese regalo de abuelas que cada una me obsequió al momento de sus muertes.

Desde luego que nadie quiere que sus abuelas mueran, pero llegamos con mucho dolor a comprender que ese es un acto inevitable de nuestro destino, finito.

Cuando mi abuela Raquel murió, sucedió algo que nunca olvidaré, algo que sin duda alguna marcó mi vida para siempre.

Para aquel tiempo la salud de ella se había quebrado mucho. El médico anunció a la familia que sólo restaba esperar el momento final.

Todos sentíamos esa angustia, ese hondo pesar por lo que le ocurriría. Yo quise estar siempre a su lado, no tenía sueño alguno y ya eran como la una de la madrugada. Por momentos entraba y salía de la habitación. Hasta que cogí una silla y la ubiqué a los pies de su cama.

Desde ahí la contemplaba en silencio. Después de unos treinta minutos, la respiración de mi abuela se hizo pesada. Le costaba respirar. Cada vez su suplicio se prolongaba más, hasta que en uno de ellos, simplemente dejó de hacerlo.

Yo me mantuve sereno, ni siquiera me incorporé. Simplemente no dejaba de verla, tal vez tratando de asimilar lo que era ver morir por primera vez a un ser humano.

Recuerdo que una tía mía se arrodilló a su lado y le dijo:
—Mamá perdóname.

Hasta hoy ignoro el porqué de eso.

Luego mi madre, mi tía y mi prima se fundieron en un abrazo común, de esos cuando las cabezas se juntan unas con otras y los brazos cuelgan de los hombros. Yo para todas ellas no parecía existir en aquella habitación.

Lo que sucedió inmediatamente después, me paralizó por completo en aquella silla.

Del centro del pecho de mi abuela comenzó a emerger un hilo de luz. Sí, un hilo de luz, muy fino al principio, luego más intenso. Era una luz exageradamente blanca.

De pronto esa luz llenó con su intensidad toda la habitación. Traté en ese momento de llamar la atención de mi tía, mi madre o quien quiera que me viera, pero tenía un nudo en la garganta. Esa fue la primera vez en mi vida que he sentido el significado de: tener un nudo en la garganta.

Luego me tranquilicé.

La luz adoptó una forma esférica del tamaño de una pelota de básquet. En su interior se movían otras franjas de luces. Esa esfera tenía alguna forma de vida.

Aquella esfera flotó sobre el cuerpo de mi abuela por breves segundos y luego con energía propia, comenzó a girar a bajas revoluciones. Y a moverse en mi dirección.

Recuerden que yo puse la silla al final de la cama de mi abuela. Y esa esfera de luz recorría ya sus muslos, sus rodillas y finalmente llegó a sus pies. Desde ahí saltó hacia mis piernas y se elevó hasta quedar a unos diez centímetros de mi rostro. En ese momento, créanme, me dije a mí mismo que esa era la esfera de luz más hermosa que vi en mi vida.

Cuando quise tocarla, simplemente se disparó hacia el techo y desapareció a una gran velocidad. Al hacerlo: me despeinó.

Al desaparecer recién se liberó el nudo y el dije a mi madre:
—¡Vieron la luz, la esfera de luz!

Ninguna de ellas vio nada.

Me pareció increíble que no la vieran pues esa luz iluminó toda la habitación —les dije.

Luego miré al techo y me atreví a decir:
—Adiós abuela. Y gracias por despedirte.

Recuerdo hoy a Isaac Newton, quien dijo: “La energía no se crea ni se destruye… sólo se transforma”.

Sé que mi abuela era esa brillante esfera de luz. Era hermosa. Y sé que ese fue un acto de despedida.

Años después falleció mi otra abuela: Ángela. Su muerte fue muy dolorosa, complicada con la diabetes que padecía. Recuerdo que me sentí muy triste por su partida y también por mi abuelo que se quedaría solo, sin su compañera de toda la vida.

Pero una semana después, tuve un sueño que nunca he olvidado y que hoy se los contaré:

Aparecí de pronto en unas colinas. Todo era verdor, flores y sol. Pude sentir una brisa cálida tocar mi rostro. Y de pronto, de entre todo ese bello lugar, apareció mi abuela. Su rostro era el de una muchacha de veinte. Vestía de blanco. Al mirarnos, ella simplemente me dijo:
—Yo estoy bien, mírame; yo estoy bien. No te preocupes por mí.

Yo le sonreí y en ese momento, desperté.

Ese fue el otro regalo de mis abuelas.

Ambos los valoro mucho y siempre estarán presentes en mí.

Hoy sé por ellas que existe algo más hermoso después de nuestra muerte física. Otra vida, en otra dimensión.

Si alguno de ustedes ha tenido un acontecimiento semejante en sus vidas me gustaría conocerlo, para saber simplemente que no soy el único en haberlos vivido.

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Hasta pronto.

Buen día para todos. Felicidad en sus hogares. Nos leemos.

Dante Romero

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